miércoles, 13 de enero de 2010

Llorar con los que ya ni llorar pueden… Haití

Hay extremos del dolor que en Costa Rica no se conocen.

Imagino que usted como yo experimentamos una sensación de impotencia, mezclada con incredulidad al escuchar los reportes que transmitían las cadenas de noticias internacionales sobre el desastroso terremoto en Haití.

¿Cómo se puede soportar tanto dolor? ¿Cómo puede una sociedad sobrevivir así?

¿No era ya suficiente tener un 80% de su población bajo niveles de pobreza?.

¿No era ya suficiente tener un 70% de la población desempleada?.

¿No era ya suficiente haber recibido durante el 2009 tres tormentas tropicales seguidas durante una misma semana?

Las primeras fotos que pude ver mostraban las únicas expresiones que un rostro puede reflejar cuando sobrepasa el límite de su dolor.

Ví miradas perdidas, buscando algo, un no se qué, como quienes se levantan del polvo y de pronto se dan cuenta que no queda lugar a donde ir.

Honestamente me sobrecogió el dolor, y pude llorar con los que ya ni lágrimas tienen o con los que tienen tantos motivos para llorar que ya no lloran por nada.

Me pasó algo más. Tuve que arrepentirme de la queja en mi boca. Tuve que agradecer por cada pequeña y gran cosa que Dios ha puesto en mis manos. Tuve que agradecer por la enorme, gigante y extraordinaria misericordia que Dios y la naturaleza han mostrado con Costa Rica una y otra vez.

Recordé algo que leí en la Biblia que dice que al que mucho se le da mucho se le demanda. Entonces pensé que los costarricenses estamos en deuda. Es mucho lo que se nos ha dado y muy poco el valor que le damos.

Hice lo que pude hacer, cerrar mis ojos y orar. Clamar para que además de comida, hospitales y casas , se pueda también levantar un ejercito de personas dispuestas a ir abrazar, consolar y llorar con los que ya ni eso pueden.


http://img.timeinc.net/time/photoessays/2010/haiti_earthquake/haiti_01.jpg

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